Cuarto día // Day 4 (English version below the map)

El Plan del día (antes de iniciar el viaje)

Nos toca otro día largo. Después de desarmar el campamento terminaremos de atravesar el lago Mc Alpine, y remolcaremos las canoas un par de veces sobre tierra firme para alcanzar el lago Batchewaung. Como en días anteriores almorzaremos una bala fría en el camino y comeremos caliente en la noche una vez armado el campamento 
We have another long day ahead. After dismantling the camp, we will finish crossing Lake Mc Alpine, and we will portage the canoes a couple of times over land to reach Lake Batchewaung. As in previous days, we will have a lunch snack on the way and eat something hot in the evening, once the camp is set up.

Lo que sucedió...

Amanecer en McAlpine
Quetico Provincial Park

La playa desperdiciada

El de McAlpine fue el único campamento en esta excursión que tenía playa de arena para entrar y salir, suave, y fácilmente del agua. Irónicamente fue en el único en el que no nos bañamos. En los demás campamentos había que sortear las piedras, que cuando eran grandes y agradables de pisar, estaban resbalosas, y cuando no resbalaban, resultaban pequeñas e incomodas para el pie. El frio fue el factor determinante de que nos saltásemos el baño en ese campamento. Ni cuando llegamos, ni cuando nos fuimos, hacía calor. Llegamos al atardecer y nos fuimos relativamente temprano por la mañana, cuando la playa aún estaba a la sombra de la colina que nos dio refugio, y de sus pinos. La noche que allí pasamos fue bastante fría, diría que la más fría de las cuatro que estuvimos en el parque, pero afortunadamente sin lluvia. Al amanecer todo estaba cubierto por la bruma que se levantaba del lago.

Playa en el lago McAlpine -
Quetico Provincial Park

Nuestro desayuno consistió en un par de ponqués (bizcochos), con chocolate caliente y café. El tiempo que nos ahorramos en la preparación del desayuno, lo usamos para revisar nuestra ubicación en el mapa, y buscar la entrada del paso que no habíamos conseguido la tarde anterior. Una parte de mi necesitaba asegurarse de que estábamos en el lugar correcto, no le bastaba simplemente suponerlo.
Caminé esa mañana a lo largo de la playa, y de un corto trecho que encontró Marcela detrás de nuestro campamento, en busca de hitos que me sirvieran de referencia; que me ayudaran a confirmar nuestra ubicación en el mapa. En teoría, si estábamos donde yo suponía que estábamos, el paso a pie al Batchewaung debía estar muy cerca. Intenté sin éxito avistarlo desde la playa. Más tarde con la brújula, y el mapa en la mano, hice una triangulación cartesiana, cuasi cósmica, que me aseguró que estábamos en la posición correcta. Orgulloso se la mostré al mtoto que había mostrado en todo momento inquietudes de navegante. Le mostré varios salientes que se veían desde la roca en dónde estábamos, indicándole que su ángulo con el norte que marcaba la brújula, coincidía con los ángulos que mostraba el mapa, de varios salientes y recodos con respecto a dónde se suponía que estábamos.
Efectivamente el paso estaba muy cerca de nuestro campamento. En menos de 10 minutos remando llegamos a lo que parecía ser su entrada: una pequeña playa, con unos hierros oxidados, posiblemente restos de alguna vieja estación de leñadores, y detrás, algo que parecía un camino entre la maleza. La economía canadiense hasta no hace mucho tiempo, dependía de la exportación de pieles (entre ellas la de castor) y de la de madera y sus derivados. Antes de convertirse en un parque provincial, los lagos que estábamos navegando formaron parte de la ruta comercial de la madera a los centros de acopio en los grandes lagos. En los meses de invierno, los troncos de los árboles talados, eran apilados sobre el hielo que cubría estos lagos, y en la primavera, al derretirse el hielo, quedaban automáticamente en el agua listos para emprender su viaje. En el campamento en el que habíamos pasado la última noche estaban los restos de una cadena oxidada con un gran gancho, y en esta playa, vestigios de algo más que no molesté en identificar, y ahora me arrepiento.
Restos de una cadena posiblemente de una
vieja estación de leñadores
Lago McAlpine - Quetico Provincial Park
El hecho es que el amasijo de óxido nos llamó la atención y nos permitió descubrir el pequeño camino que se abría detrás de la minúscula playa. Inspeccionamos la senda por unos 100 metros, y al ver que continuaba adentrándose en el bosque, nos devolvimos a buscar los morrales. No estábamos seguros de que ese fuera el sendero que buscábamos, pero todo indicaba que lo era. Como resultaba más cómodo caminar con un morral a cuesta que con una canoa sobre los hombros, escogimos los primeros para adentrarnos completamente en el bosque a comprobar la ruta. Si resultaba ser el paso entre los lagos, dejaríamos los morrales en el otro extremo y volveríamos por las canoas. Si, por el contrario, la trocha se trancaba, pues no nos quedaría otra que devolvernos y seguir buscando.
Ir, dejar los morrales, y volver, nos tomó entre media hora y cuarenta minutos a Marcela y a mí, y sólo unos 25 minutos a Rodrigo que regresó corriendo. En la playa nos esperaba Federica con el resto de los macundales. Volvimos a repetir la senda de mil doscientos metros que separa a los lagos, esta vez con las canoas en hombros y un alivio en la mente de sabernos por buen camino. Ya en el Batchewaung, volvimos a encontrarnos con gente.

Elucubrando teorías sociológicas

Los dos primeros en aparecer fueron un hombre que viajaba con un mtoto, un poco mayor que Rodrigo. Estaban en lo que parecía un campamento en una orilla al noroeste de nuestro punto de entrada al nuevo lago. Cuando nos vieron emerger del bosque con las canoas a cuestas, se montaron en la suya y remaron hasta nosotros para preguntarnos si valía la pena atravesar el bosque por donde veníamos. Querían ver la estación de leñadores. Les comenté que lo que vimos nosotros difícilmente podría llamarse estación, y de que no estaba seguro si había algo más, que nosotros no habíamos descubierto, que pudiera calificarse como tal. Le describí los hierros oxidados que habíamos visto, con lo cual mi interlocutor desistió de apearse. Nos dijo que no tenía intención de portar la canoa, que debía ser bastante más pesada que las nuestras, por ser de aluminio, y que, por tanto, si la estación de leñadores no estaba inmediatamente al terminar el sendero, no le interesaba cruzar el trecho. Cuando estaba a punto de retirarse, le indiqué que era nuestro turno de hacerle a él una pregunta, con lo cual cambió completamente la dinámica de la conversación.
He notado que, en su gran mayoría, los canadienses se sienten inclinados a ayudar a la gente. Nuestro interlocutor era de Thunder Bay, y el muchacho que viajaba con él su hijo. Como canadienses, estaba en ellos ayudarnos en lo que pudieran. Así que cuando le pregunté que si el lago en dónde estábamos tenía salida al Batchewaung, ya que en el mapa que yo tenía aparecía totalmente cerrado, no se limitó a responderme, sino que se acercó más con su canoa a la piedra en la que yo estaba montado, para poderme enseñar en su mapa, el pequeño paso de agua que se abría entre los dos lagos. No sólo eso, nos mostró, además, cuáles eran los mejores campamentos que había en la ruta que teníamos por delante, y cuáles había visto ocupados el día anterior. Nos dijo también, en cuál le gustaría quedarse esa noche, que también era su última en el parque. Le faltó poco para ofrecernos una cerveza, como seguramente hubiera hecho cualquier venezolano.
Nuestro nuevo amigo y su hijo tienen por tradición visitar el parque todos los años. Los observé alejarse y comencé a preguntarme por qué no habría venido la madre del muchacho con ellos. Asocié en ese momento, que un compañero de piscina del mtoto, también suele hacer viajes de pesca con su padre, en los que se van los dos solos, dejando a las féminas de la familia en casa. Estaba comenzando a preguntarme qué tan extendida sería esa suerte de ritual de las excursiones 'sólo para hombres' entre los canadienses, e incluso, ya comenzaba a elaborar una nueva teoría sociológica sobre la evolución alienada de la otrora prueba de hombría de los Ojibwas, en Quetico, cuando llegó una segunda canoa, esta vez con dos muchachas solas, y derrumbó de un plumazo las conclusiones anticipadas de mis meditaciones.
Calculo que ambas estarían en la mitad de los 30 y no parecían acercarse con la intención de conversar, sino más bien resueltas a cruzar al otro lago. Como nuestras canoas estaban literalmente atravesadas en su paso, no me dio tiempo a elucubrar los motivos de un viaje 'sólo para mujeres' a estos lagos, sino que intercambiamos un corto saludo y nos apuramos en terminar de cargar los peroles en las canoas para darles paso.

Si existe el verano en Canadá

Pintada de guerra

El Batchewaung nos trató con gran consideración, al punto de que volvimos a creer en el verano. El día estaba cálido, el cielo azul y sin nubes, el lago amplio y hermoso, con colores vivos e intensos. Remamos un buen rato en solitario, hasta un campamento que nos prestó su roca para almorzar. Tenía la combinación perfecta de sol y sombras que buscábamos en ese momento. La piedra que nos sirvió de restaurante, estaba mayoritariamente al sol, pero unos pinos gigantes proyectaban sus sombras en una suerte de franjas, de paso rayado, dándole a cada quién la posibilidad de elegir, entre sol y sombra, dónde sentarse, sin alejarse de los demás o de la playa. Comimos salchichón, chorizo, jamón serrano, queso manchego, acompañado con galletas y pan pita. Las hormigas pronto aparecieron a reclamar su cuota.
Delante nuestro, a unos dos kilómetros, estaba una isla cubierta de pinos, en la que el par de excursionistas de Thunder Bay, que habíamos visto en la mañana, quería pasar noche. Nuestro plan para la tarde, era avanzar más allá de esa isla, casi hasta el extremo norte del Batchewaung, para no tener prisa el último día. Nuestro acuerdo con Cole, era estar en el punto de llegada a las 2 de la tarde, y como siempre terminábamos saliendo cerca del mediodía, queríamos estar lo más cerca posible para llegar a tiempo.
Después de almorzar, nos pusimos nuevamente en marcha, en lo que era una verdadera tarde de verano. Tan cálida estaba, que, por primera vez en la excursión, hice algo que acostumbraba a disfrutar continuamente en Venezuela cuando remaba por sus playas, remojar la gorra y llevármela llena de agua a la cabeza, para sentir el agua fría bajando por mi cuerpo. No habíamos avanzado mucho, cuando apareció delante nuestro un grupo de cuatro canoas que venían en nuestra dirección.
Dave había predicho que nos encontraríamos con gente en los dos extremos de nuestro paseo: en la partida y en la llegada; en los lagos cercanos a los puntos de entrada al parque. Nos había dicho que en el medio de nuestra travesía sería extraño que encontrásemos gente, porque las personas se dispersan en la inmensidad del parque. Su predicción parecía estar cumpliéndose. El lunes, en nuestro primer día remando, nos encontramos con dos canoas en el lago: una en Beaverhouse, al momento mismo de la partida, y, la segunda, en el lago Quetico, a tempranas horas de la tarde. En la primera iba una familia que llegó al parque unos minutos antes que nosotros. Era un matrimonio con su pequeña hija de unos tres o cuatro años. En la segunda canoa iban dos guardabosques jóvenes, haciendo una ronda de vigilancia. Las demás personas que nos encontramos ese día, no estaban remando en el lago, sino ocupando los campamentos que nosotros queríamos, lo cual era un mal presagio para nosotros, ya que aún no estábamos en nuestro último día en el parque, y ya nos habíamos topado con 6 canoas ese día, lo cual auguraba que las posibilidades de encontrar ocupados los campamentos que queríamos, eran altas. Salvo ese gentío que vimos el primer día, no habíamos visto más personas, salvo a cara de crimen y su grupo acampando en McAlpine.
La cercanía de gente me producía sentimientos encontrados: por un lado, presagiaba el fin de la aventura; por el otro, nos permitía socializar un poco con extraños, que en su mayoría resultaban personas agradables, y nos facilitaban la navegación. Intercambiamos breves saludos con las personas que venían en las cuatro canoas, que por venir de la dirección a la que nosotros nos dirigíamos, nos mostraban, sin proponérselo, dónde se abría el paso del lago hacia el norte. Creo haber comentado ya, que el parque es un laberinto de lagos. En el que estábamos, que era multiforme y muy amplio en algunas secciones, había un estrecho que conducía a su sección norte, en la cual estaba el paso para el lago Nym, por el que íbamos a salir mañana. Desde dónde nos encontrábamos en ese momento, no se lograba distinguir la entrada al estrecho que buscábamos, por lo cual la aparición de las canoas de un recodo inesperado del camino, nos mostró exactamente el paso. Doblamos en el recodo, adentrándonos en el estrecho. Continuamos remando. Nos cruzamos con otro grupo, esta vez de unas seis canoas. Parecían ser uno de esos campamentos de verano, a los que la gente manda a sus hijos. Algunos de los remeros parecían discapacitados. Intercambiamos nuevos saludos. Eran de Montreal.

Los juncos son navegables

Continuamos nuestra ruta por el estrecho, mayoritariamente en dirección norte. A mano derecha había un par de buenos campamentos, pero estábamos determinados a llegar al final del estrecho, donde el lago Batchewaung se volvía a abrir hacia el este, el sur y el norte. Habíamos remado ya más de dos horas en la tarde, cuando llegamos a lo que parecía el final del camino, sin que el lago se abriese ampliamente hacia ningún lado; sin que apareciese un campamento, que teníamos marcado en la punta de una suerte de península, que, según el mapa, marcaba el final del estrecho. Lo que es peor, sin que se viese el paso al lago Nym, por el que teníamos que salir al día siguiente. Era como si hubiésemos llegado a una calle ciega. El lago estaba cerrado por todos lados, menos por donde habíamos llegado. Algo no estaba bien; no cuadraba. ¿Estábamos perdidos otra vez?
Revisé el mapa para ver en dónde podíamos habernos desviado de nuestro camino, sin encontrar ninguna pista. La tripulación comenzaba a ponerse nerviosa de que el capitán no tuviese respuesta a su pregunta: ¿Estamos perdidos? El mtoto desafiante quería ver el mapa, para dar un golpe de estado y cambiar de capitán. Federica estaba nerviosa, sabiendo que esa solución sería peor que el problema, y procuraba distender los ánimos. Marcela no estaba preocupada en lo más mínimo. Si había que dormir en la canoa, mientras los demás remaban, ya sabía cómo hacerlo. Juntamos las dos canoas para revisar el mapa en equipo y entender cómo era eso que habíamos llegado al final y no habíamos encontrado el campamento que estaba marcado en el mapa. Revisé el GPS, y éste indicaba que lo teníamos enfrente a unos 500 metros, más allá del monte que se nos interponía por delante.
Dubitativos seguimos avanzando para ver si encontrábamos algún paso secreto, y, efectivamente, a los pocos metros descubrimos que los juncos son navegables; que el lago se abría entre ellos; zigzagueaba; que lo que parecía ser el final del lago, era en realidad un paso sinuoso de agua, que por los juncos y el ángulo que llevábamos, no lo veíamos.

Los temores se confirman

El patito feroz emprende vuelo de alejamiento
Lago Batchewaung - Quetico Provincial Park
Jubilosos avanzamos entre los juncos y sorprendimos a un pato pichón en nuestro paso. Intentó alejarse nadando de nosotros, pero se vio atrapado por un par de canoas que venían en la dirección contraria. El pato echó a volar dejándonos con los extraños. De haber llegado cinco minutos antes, esas canoas nos hubiesen ahorrado el tiempo que estuvimos dándole vueltas al mapa para descifrar el enigma. ¡A buena hora aparecían!
Deseosos de concluir la remada del día, y aún eufóricos de no estar perdidos, competimos hasta la punta del estrecho, que ya la teníamos a la vista. La canoa de Rodrigo y Federica llegó primero, pero tarde: El campamento estaba ocupado. A unos 200 metros, en el otro lado de esa punta, había otro campamento. Remamos hasta él, pero no les gustó, ni al mtoto, ni a Federica. No reunía los estándares a los que nos había acostumbrado el parque. Propusieron llegar hasta una isla, en medio de la inmensidad del lago, que desde dónde estábamos, se veía muy maja, pero que, sin embargo, en uno de sus lados ya había gente. De nada valieron mis esfuerzos por convencerlos de que no había dos campamentos en esa isla, el mtoto se empeñaba en asegurar que se podía acampar en la cara norte. Remamos el kilómetro y tanto que nos separaba de la isla, para comprobar, que más sabe diablo por viejo, que por diablo. Una vez allí nos tocó re-evaluar nuestro plan de acción.
Estábamos en el medio de una sección bien amplia del Batchewaung, y había que decidir hacia qué lado nos íbamos. Uno de los ocupantes del campamento de la punta, que se había acercado a nosotros cuando llegamos allí, me había sugerido buscar campamento en la costa noroeste, si no teníamos suerte con el que estaba al otro lado de la punta. Era un sujeto agradable, de hablar calmado, por encima de los 60, que viajaba con otros 6 o 7 veteranos en plan de pesca. El grupo había estado varias veces en el parque y se notaba que lo conocían bien. Cuando le mencione que su grupo estaba ocupando el campamento que nosotros queríamos, me confesó que se habían apurado ese día en llegar hasta allí, porque el año pasado lo encontraron ocupado. Le pregunté su opinión sobre un campamento, aparentemente muy bueno, a unos pocos metros del paso al lago Nym, y me respondió que muy probablemente a esa hora ya estaría ocupado.
De manera, que nuestras opciones eran regresarnos en dirección del campamento en la costa noroeste, que nos había recomendado el veterano, o arriesgarnos a remar unos tres kilómetros más en dirección al paso al lago Nym, en busca del campamento que podía estar ocupado. Optamos por arriesgarnos...

El castor nada hacia el atardecer
A medida que nos acercábamos las dudas de si habíamos tomado la decisión correcta se acrecentaban. El paso al lago Nym parecía estar claramente marcado con algún banderín, o cono color naranja fosforescente que se podía ver desde lejos. También se podía distinguir cierto movimiento de canoas en el área. El campamento que teníamos marcado en el mapa, estaba en un saliente que también teníamos a la vista, y en el que también parecía haber presencia humana. En comparación a la soledad de los últimos 3 campamentos, en este lago había un gentío.
Ya no tenía sentido darnos la vuelta. Habíamos cruzado una buena parte del lago, y estábamos muy cerca del paso al lago Nym, que tendríamos que hacer mañana. Decidimos continuar remando y meternos en el primer campamento libre que encontrásemos en esa orilla del lago, a fin de cuentas, ya estaba atardeciendo. Resultó, que efectivamente, el campamento que veníamos buscando estaba ocupado, pero había otro al lado, también bastante bueno, libre para nosotros. Tomamos posesión de él, descargamos las canoas y nos dimos un baño bien merecido en el lago, mientras el sol terminaba de caer en el horizonte. No éramos los únicos en plan de baño, un castor nadaba en dirección del atardecer.
El campamento terminó siendo un lujo completo, y nuestra última noche de las más placenteras. Teníamos un ángulo perfecto para apreciar el atardecer, con una roca inmensa para sentarnos a verlo. No llovió, no hizo frío, el cielo estuvo despejado y permitió ver las estrellas, para las cuales usamos la misma roca amplia y generosa del atardecer, la plaga se comportó con decencia y a las 9 de la noche estábamos libres de ella, la cena, arroz con pollo teriyaki de un sobre deshidratado, resultó bastante decente y hasta comimos postre.
La hora del baño
Lago Batchewaung - Quetico Provincial Park

Marcela a cargo de la fogata
Lago Batchewaung - Quetico Provincial Park

El Castor nada hacia el atardecer
Lago Batchewaung - Quetico Provincial Park

Atardercer en Lago Batchewaung
Quetico Provincial Park
Continuar leyendo... De los enredos del quinto día

Comments

earroyot said…
Como habrán comprobado, ayer el ánimo de los marineros no alcanzó para llegar al McAlpine Lake. Así que resolvieron (resolvieron es un decir, en realidad el capitán se resignó al deseo de los marineros) pasar la noche en el estupendo lugar que queda a la derecha, pasados dos tercios del Kasakokwog, pensando que tal vez puedan compensar el retraso hoy, cuando se inicia el 4o día.
Hoy llegarán al pantanero que comunica con el McAlpine e intentarán avanzar lo más posible por este lago. Lograrán entrar al Batchewaung, después de varios acarreos de canoas, y llegar a una estupenda islita, con un sitio de campamento formidable, que queda un kilómetro adentro del lago. Todavía deben compensar unos 5kmts que quedarán para mañana. Rodrigo estará preocupado: -¿Llegaremos a tiempo?

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